jueves, 14 de enero de 2010

Ya se acerca noche buena. Ya se acerca navidad…. (La facultad daña…3)

A Dios…




El tiempo pasó a los empellones, pero pasó. Llegaba el fin de año y nos destinábamos a volver. Mi madre había ido a visitarnos con mi hermana, no recuerdo por qué motivo en particular, la cosa es que sin darnos cuenta se nos complicó la vuelta. Le cuento; el costo del pasaje rondaba los 25 a 29 pesos, de manera que eso multiplicado por seis como sumábamos, daba un resultado que nos permitía vivir casi un total de dos meses, siendo que a veinte pesos por semana, estos ciento cincuenta, alcanzarían para siete… ¡no es posible!. Un tío, más conocido como Guillito, se ofreció a buscarnos… claro que aún no teníamos la certeza de que eso ocurriera y era ya 21 de Diciembre.
Esa semana igual fue festiva, casi siempre se vivía un clima agradable en aquel departamento, la verdad es que jamás nos confundió la mala fortuna. No recuerdo enojos o peleas y eso que soy memorioso, sin embargo podría citarle (lo haré en otro capítulo), la cantidad de veces que nos reímos a decir basta y, le adelanto, uno de los cuatro era de moco ligero y otro se empeñaba en hacerlo reír mientras comía porque la caída de ellos le anulaba el almuerzo o la cena a cualquiera. Teníamos cable (ni pregunte amigo, era robado), y estaba en boga por aquel tiempo “Gran hermano”. Todos pensábamos de qué manera podríamos ganarlo. Pero después le cuento. Nos reíamos mucho con eso, ¡pero mucho!.
La cosa es que la llegada de mi madre y mi hermana nos traía cierta alegría. Y en esa diversión nos fuimos olvidando que debíamos volver porque se acercaba navidad y eso era sagrado, no podía faltar ninguno, porque entonces, a qué festejar…
Bueno, por fin Guillito podría ir a buscar a alguno. Así que eso nos alivió bastante. Pero había por lo menos dos que no entrarían de ningún modo… y aquí entra mi amigo del alma y nunca lo ponderaré como merece: Marcelito Ponce. Es para capítulo aparte. Vivía muy parecido a nosotros, es decir: mal sopeao (como solía decir), con la diferencia de que vivía en el centro de estudiantes de la localidad de Las Flores. Era una casa en la que por habitación había no menos de cuatro personas y en pésimas condiciones. Él un alma bohemia exquisita, una paz interior envidiable. Solía irse a dedo a Las Flores de vez en cuando, la distancia era de doscientos kilómetros solamente. La tarde del 22 de diciembre estábamos tomando mates en la galería de la casa antes citada, que era tipo conventillo antiguo, con galería de chapa y mosaico armando un dibujo rectangular a los bordes y en su centro los baldosones grises a medio salir y hundidos al centro… que en los días de lluvia le daban un aire nostalgioso que era interesante. Entre cimarrón y cimarrón le conté que estaba en duda mi vuelta al pago o la de algunos de los hermanos, que era lo mismo. Y me dijo con aire despreocupado: “andáte a dedo”; “es una pavada”. Me explicó la estrategia y parecía sencilla. Pero claro, debíamos hacer setecientos kilómetros, si en micro se suele tardar nueve horas y en tren unas trece o catorce, a dedo… ¡era pa’ preocuparse!. De todos modos me explicó la estrategia y me animó a hacerlo. Ciertamente estábamos jugados…
La estrategia consistía en lo siguiente: deberíamos tomarnos bien temprano, pero ya con claridad el micro Oeste (rojo) que iba hacia la cárcel de Olmos. Allí debíamos bajarnos en la rotonda de Olmos que era justamente la unión de los que venían de Buenos Aires y los que salían de la plata. Esto posibilitaba agarrar el cardumen de vehículos que tomaban la ruta tres. Al bajarnos allí debíamos mostrar unos carteles que indicaban nuestro lugar de destino, para este caso: Bahía Blanca. “Te levantan en un toque, en serio”, “yo en dos horas estoy allá”, me alentaba.
Al volver al departamento, con esa idea rondándome la cabeza, le comenté a Api lo que me habían dicho… por un buen rato lo analizamos, pero el tiempo y el dinero nos apuraban, puesto que si dejábamos pasar la mañana del 23 ya no tendríamos más chances para el 24, o sería demasiado riesgo, cuanto mucho haríamos noche en alguna estación y seguiríamos desde más cerca… Así que lo definimos ahí mismo y nos pusimos a hacer los carteles, que eran tres: Azul; Tres arroyos; Bahía Blanca. Esa noche, no sé si dormí tranquilo. Tampoco sé como habría dormido él, pero sí sé que me dejaba tranquilo saber que me acompañaría, que se yo…
Al otro día, nos tomamos unos mates bien temprano con mi vieja, agarramos una mochila sola con algún abrigo y partimos. Era una mezcla de expectación por la osadía y de angustia ante lo desconocido. Nos tomamos ese micro de ciudad y llegamos a la rotonda. Había una verdulería que comenzaba a amanecer y a ordenar sus cajones. Serían las nueve de la mañana. Desplegamos el cartel indicador de Azul, pa’ comenzar nomás. No nos levantó nadie hasta entradas las diez y media que paró un muchacho, joven, en una camioneta importada cuatro por cuatro y nos invitó a subir… nos advirtió que iba hacia otro lado pero nos dejaba a dos kilómetros de Monte Grande. Nos miramos con mi hermano y tras el lema “ya estamos jugados” nos subimos. El pibe un fenómeno, la verdad, poder agradecerle, porque además nos aportó un dato interesante que, nosotros inexpertos, desconocíamos. Nos reveló: “no tienen que poner una distancia muy larga, sino más corta, tramos cortos, porque el que los levanta va por ruta tres y le hace la gauchada, pero hay dos posibilidades: si el que subiste es un plomo lo largas donde indicaba el cartel con cualquier argumento, pero si es piola lo llevo hasta donde voy yo. Y todos hacen tramos largos. La ruta tres es la más larga, cruza el país, ¿entienden?”. Lo entendimos perfectamente y lo agradecimos hasta hoy. Nos bajó donde prometió, con la diferencia que esos dos kilómetros nos parecieron seis. Hasta que llegamos de nuevo a la ruta tres. Al llegar, encontramos un almacén, al borde de la ruta, y allí le pedimos que nos diera una lapicera y un cartón o algo así (Ah, lo olvidaba, el viaje lo hicimos con ocho pesos en el bolsillo… y sólo eso. Si no es tenerse fé…), puesto que no invertiríamos en cartulinas o fibrones. Nos dio un marcador y unos almanaques para escribir en su dorso, pusimos allí Las Flores, que estaba a 90 km. Pero tuvimos la suerte de que salía una camioneta de verdura que iba con ese destino, y para cuando salio de aquel almacén nosotros aun seguíamos allí. Fuimos apretados con mi hermano adelante en el asiento de acompañantes y el hombre en el suyo como en película de Sorin. A todo esto serían las dos de la tarde. Llegamos a Las Flores y desplegamos el cartel de Azul, allí estuvimos un rato hasta que nos subió un camionero con su camión destartalado y se ofreció a llevarnos. Nos dejó exactamente en Azul, él era de allí, no es que le hayamos caído mal... Luego estuvimos en una estación grande y nos levantó una camioneta también viejita que iba hacia Benito Juárez. Este nos dejó en una rotonda que linda con los que vuelven de Tandil y alrededores. En ese momento yo me quedé bajo una arcada y mi hermano se fue hacia una estación que quedaba cerca a llamar a mi viejo y a mi vecino para que avisaran que estábamos bien y en Juárez. No estaba tan mal… En el tiempo que estaba solo esperando a que viniera mi hermano, apareció un Chevrolet Corsa color celeste y el conductor me preguntó hacia donde iba, le respondí que a Bahía y me dijo que me llevaba hasta Dorrego, pero le expliqué que mi hermano estaba en la YPF, y me contestó que no podía esperar. Entonces me subí y me fui… que tanto!!!.
No… el lector no me creerá capaz… espero!. El hombre pareció incluso asustarse ante eso de que mi hermano estaba en la estación de servicio y sin decir más, me dijo un cortante: no, no, chau. Y salió urgente.
Ya se acercaba la noche. Eran ya las seis y nos faltaba casi trescientos y pico de kilómetros, la cosa se complicaba. Al llegar mi hermano desplegamos el cartel que indicaba Tres arroyos y nos dispusimos a mostrarlo a todo el que pasase. Al poco tiempo paro una camionetita de carga chica, que transportaba hamburguesas. Nos ofreció llevarnos y mientras poníamos la mochila en la cámara de frió porque adelante no había casi lugar, le comentamos que íbamos en realidad hacia Punta Alta. Entonces nos dijo que eso era una suerte porque él se dirigía a Bahía Blanca y entonces nos llevaría. Eso, quizá no les represente nada, pero para nosotros era haber llegado… No sé si alcanza a sentirlo: era lograr el objetivo. Nos miramos y sonreímos con la alegría de haberlo logrado, descargamos la tensión angustiante de la incertidumbre y la trocamos por la emoción del encuentro con mi padre que esperaba, yo creo… que, cuanto menos, intranquilo. Era un pibe y muy piola, nos atendió de diez. Fuimos conversando todo el camino con una alegría inmensa. En Tres arroyos decidió parar a cargar nafta y alivianar sus necesidades. Cuando quedamos solos a un costado de los surtidores nos dimos cuenta por fin que se había terminado la angustia y nos abrazamos sonriendo. Compramos alimentos y bebida y nos volvimos a subir con el conductor ya adentro.
Finalmente nos dejo en el puente naranja que es donde habíamos coordinado con mi padre, desde la estación de Tres arroyos (no había celulares, lógico. Es decir, no teníamos), para que nos fuera a esperar.
Al llegar, ya estaba mi padre con las balizas puestas al costado de la ruta. Era de noche, nueve y media aproximadamente. Al chico le reconocimos nuestro agradecimiento de diez mil maneras. Creo que debe haber sentido que en verdad nos había ayudado. Y nos saludamos con mi viejo con un abrazo que bien se parecía a un ancla que nos dejara para siempre ahí, por qué no, al resguardo.
Yo no sé si hay Dios, pero alguien nos la hizo fácil o, no tan difícil.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Fabi:que hermoso es lo que escribiste!!!! pero el mesias ¿no sera mucho para este cuerpito gentil?jeje. Hice lo que hubieran hecho ustedes, que tienen el corazon mas grande que una sandia...los amo y me quedo con los mejores recuerdos de esa epoca, helados de Thionis, empanas de Picanto, ah, no no!!! quiero decir tardes de mates, cenas de debates, y peleas de cosquillas en la cama. Te quiero muchisimo y te agradezco de todo corazon este capitulo dedicado a mi persona.
Besotes

Pablo dijo...

Excelente Fabi!!! Lo vengo leyendo y debo decirte que está muy bueno. Siga así...

Un abrazo

Anónimo dijo...

Fabito: Empiezo a conocer la historia que el tiempo y espacio nos supo alejar, y la verdad era el desenlace que todos queriamos. (aparte del cierre de la panaderia de criga) jajaaj.

Y descrifro como un yerlok jolmez que Big Api va a ser padre y la verdad me alegra de sobremanera !!!

felicitaciones a la nueva familia y al flamante tio !!!

nos estamos viendo

koko

Anónimo dijo...

me saco el saco y me pongo el pongo, este comentario no va para vos fabi, sabes q es genial lo q haces, pero mi amiguita personal se merece este y muchos más capitulos, Naty sos una grosa! los extraño a todos un monton y el pelotudo de fabi me hace poner melancolico, salud y hasta la "VICTORIA" siempre!
Luquitas Lambert

Anónimo dijo...

Me contyaron de tu pagina y realmente me sorprendi cuando entre y comence a leer...escribis de manera excelente... un besito...Fabita

Anónimo dijo...

Cierto, No es mucho tìtulo.
Ave Naty!
En unos cientos de dìas los veremos coronar la victoria de la familia.
Una familia que tan sòlo una generaciòn atràs fuera de chorros urgentes y desconsiderados, de desidia vertical en la tapa inmòvil y que en esta generaciòn serà coronada de tapas tibias y secas, y tal vez màs de un reto, que ahora por minorìa ya no podremos desoìr.
Tal vez en la pròxima generaciòn, si esto sigue asì el apellido se agote.
Parece que serà su tarea Fabito evitar esto, menuda carga. Y si no que importa, Quien nos quita lo besado.

Esperando a victoria
Naty: ¡Somos familia!

Ing. Vergatiesa