Si me hubiesen preguntado, al momento preciso de abrir el blog, si pensaba en que algún día fuese libro, hubiese dicho, sin dudarlo, que es como tirarle piedras a la luna. No me tenía tanta confianza. No porque no crea que se puede, de hecho siempre creí que se podría, sino porque me parecía augurar un futuro demasiado venturoso. Y ya que hemos llegado hasta ésta instancia contándole las vivencias de estudiante, voy a contarle ahora, querido lector, las vivencias de pseudoescritor y los pensamientos lógicos de quienes me rodeaban. En su mayoría, familiares y amigos, compartían la idea de que le diera para adelante, el futuro estaba por llegar y la intención era noble. Mi madre no cuenta demasiado, puesto que siempre tiraba a favor y se emocionaba con cada relato (antes por verdadero que por bien narrado), pero era uno de los mayores empujones para meterle hacia adelante con el proyecto. Luego mis amistades femeninas se emocionaban con cada relato e, incluso, hasta han querido acceder a mis cartas de amores idos, en los que expresaba (hasta el tedio) sentimientos del modo más científico y ejemplificador posible, para poder acceder a los motivos por los que la susodicha debía quedarse conmigo. Evidentemente nada de ello fue favorecedor, todas han preferido prescindir de mis servicios. Pero no viene ahora al caso. Ellas, mis amigas, festejaban cada palabra con alardes ampulosos, sonrisas anchas y hasta algún lagrimón. Mis amigos cogoteaban desde afuera y de vez en cuando se asomaban a leer y me recomendaban algún cambio o me festejaban los aciertos, pero han sido siempre, más arbitrarios en sus percepciones (quizá sea ésta una condición masculina, aunque perjudicial siempre). Sin embargo en reuniones familiares, donde volvíamos a juntarnos los actores principales de dicho libro, volvíamos a encontrarnos con las más variadas formas de humor, pasando (inevitablemente y a Dios gracias), por el sarcasmo característico de Ema. En tiempos de preparación Fede ha oficiado siempre de corrector y acomodador, mientras que Api era, sin dudas, primero en leer y, también siempre, en festejar. Luego mi madre, mi padre, mi hermana y finalmente las amistades, los conocidos y (los nunca bien ponderados) espontáneos.
En las reuniones familiares, previas a la edición del libro, era común que comenzaran a preguntarme sobre cómo iba el proyecto, qué esperanzas tenía y hasta cómo pensaba difundirlo. A todo respondía con la mayor cautela y sin ofrecerles certezas absolutas, ya que era una aventura y, como tal, no puede saberse a ciencia cierta si el resultado será el mejor. Una noche, que cenábamos en casa de Ema tuve su primera percepción. Me consultó: ¿Tenés pensado seguir escribiendo, después de éste libro?. –Claro -contesté sin dudarlo- Me encantaría. –Bueno, porque de ser así, ya tengo el título de tu siguiente libro, puesto que el anterior me lo robaste a mi!. Era cierto, La Facultad DAÑA salió de su boca, no había dudas. – Y a ver, ¿cómo sería el nombre?. Pregunté entre sonrisas. –Mirá, para mí, un lindo título sería: “¡Para qué escribí el libro anterior!”. Luego me ofreció el nombre de un tercero y, si quería, hasta un cuarto. Para el tercero me dijo: éste es un nombre más escueto, ponele: “Insisto”.
Sin dudas el humor irónico que lo caracteriza ha sido sustento de varias risas. Una vuelta y, ya con esto lo voy dejando tranquilo, me contó una amiga en común, que trabajaba con él en el hospital que había leído mis textos en éste mismo blog y que entonces le había ido a contar, entre risas, los sucesos que se iba enterando y que se divertía mucho. Ema la desorientó con un: -No tengo idea de lo que me hablas. Y era cierto, puesto que para aquel entonces sólo había seis capítulos y, aunque ya todos estaban al tanto, él no era un asiduo consumidor de internet y no había entrado nunca al blog, aún cuando Eli le hubiese insistido. Así que Ema le pidió, a nuestra amiga en común, que le descargara los textos en hoja papel y de ese modo los leería. Pues bien, así fue. Al día siguiente tenía Ema en su consultorio los textos impresos y listos para ser leídos. No tardó en leerlos, eso es cierto. Máxime porque nuestra amiga, que se mostraba muy contenta y luego fué fiel seguidora del blog, le planteó que debía tenerle una respuesta sobre lo que había leído para el día siguiente. Nunca me enteré qué fué lo que le dijo a ella. Si estaba conforme o no, si le parecía mucho o poco. Pero para mí que le había gustado. Lo único que sé es que luego de que ella me contara lo que había pasado con Ema y después de que me explicara que él ya debería tener una respuesta a cerca de lo que venía leyendo me lo encontré y no tardé en preguntarle cuál era su percepción de lo leído. Basicamente, qué tenía para decirme sobre lo que allí se contaba, en fin, que se expresara. Hizo un largo silencio característico de esos que anuncian una frase histórica y me largó: “Mirá Fabi… prendelo fuego y olvidate el caso!