lunes, 31 de agosto de 2009

Me marcho a mudar!...(la facultad daña… 6)

A Victor…


Llegó el momento de comenzar la mudanza. Como ya expliqué, habíamos conseguido la casa de mi abuela paterna y, hasta que se vendiera, podríamos utilizarla. Eso nos garantizaba tranquilidad por un lado, ya que los gastos serían menores, pero por el otro lado nos mantenía en una incertidumbre que se repetía con cada nuevo posible comprador que visitaba la casa. En fin, había que comenzar la mudanza y a eso nos dedicamos. Recordará el lector, que por esos tiempos manteníamos algunas deudas con el propietario del departamento que dejaríamos, pero a su vez, éste estaría agradecido de que nos fuésemos aunque sin pagarle nada. Así que la mudanza se comenzó a gestar en perfecto silencio, puesto que en una sola camioneta no nos alcanzaría, de manera que deberíamos hacerlo en dos viajes como mínimo, y si se alertaban del abandono del departamento, vendría el propietario a solicitar alguna remuneración, por los meses adeudados, ¿no le parece?. Mientras que si lo hacíamos en perfecto orden y sigilo, nadie se enteraría, entonces daríamos aviso de que el departamento estaba listo y, allí se agotarían todas las posibilidades del dueño de ver si quiera una monedita. Pues bien. Eso hicimos. Llamamos un flete que nos cobraba, bien recuerdo, quince pesos por la hora de trabajo. Por lo tanto y, burbujeando con el agua al cuello, debíamos esperar la camioneta con la totalidad de las cosas, de ese viaje, embaladas y listas abajo, a la espera para ser cargadas sin perder mayor tiempo, puesto que descargarlas en el nuevo departamento también llevaría su tiempo y, señores, había que administrarlo muy bien, la segunda hora, sería un padecimiento.
Cargamos muebles y camas cuchetas, televisor, equipo de música, heladera, lavarropas y tantas otras cosas, que sabíamos que serían vitales en la nueva morada. Las cosas que discriminamos coincidían con las que ya había en la casa de mi abuela, porque, en parte, estaba amoblada. Dejamos una mesa con sus respectivas sillas, un ventilador, algunas frazadas, mesa de televisor, una mesa de estudio y algunas otras cosas, entre las cuales se incluía la bicicleta, de un amigo de Ema, Víctor, que la había adquirido en malos términos, según suponíamos por la ausencia de dueños y de papeles de compra. Una bicicleta nuevita, marca GT, que para quien conozca es de lo mejor que hay. Se había tomado el trabajo de encintar el cuadro completo, con una cinta de hilo color negra, lo que sentenciaba que esa bicicleta era mal habida, es decir, que había costado un susto y una corrida. Pero que de todos modos no tenía en el hogar más de dos días.
Bueno, nosotros continuamos con el orden del nuevo departamento. Elegir que pieza quería cada uno, administrar los lugares donde irían nuestros muebles y demás…
El departamento era grande, muy grande. Tenía diez metros de frente que daban a calle 7, calle principal de la ciudad de La Plata. Totalmente vidriado, eran cinco ventanales, de los cuales tres pertenecían a la zona del living, y los otros dos, a la pieza que más tarde utilizaría Ema. Esos cinco ventanales daban a un balcón que se extendía de un extremo al otro. Era un lujo. A los pocos días iríamos a buscar lo que restaba. Visitábamos a diario el antiguo dpto. para observar que todo estuviera en orden. Una tarde al ir a visitar el departamento nos avisaron que había andado el dueño por allí y que había preguntado por nosotros. Ni lerdos ni perezosos nos pusimos en campaña de apurar el traspaso de lo que quedaba adentro. Nos dispusimos a hacerlo, pero al volver la tarde siguiente, nuestra llave ya no coincidía con la que necesitaba la cerradura. Mis queridos todos: ¡¡¡Habíamos perdido todo lo que allí quedaba!!!. Pues, quién se iba a animar a decirle al hombre que nos devolviera la mesa?… o las sillas o lo que fuese. Nadie, o, al menos, ninguno de nosotros. Sin embargo Víctor (amigo de Ema) hizo algún intento infructuoso para conseguir dar con algunos elementos. Y digo infructuoso porque quería atarse con una soga, desde el departamento que nos continuaba en pisos hacia arriba, pero que a su vez estaba enfrentado, ¿Me explico?. Este otro departamento estaba exactamente arriba del que lindaba con el nuestro. De manera que resultaba incómodo aventurarse, por la disposición en diagonal de ambos departamentos. Debía largarse por la ventana, hacer algunos pasos hacia el costado al tiempo que descendía, rezando porque esa soga resistiera y no lo dejara caer en el playón de estacionamiento. No estaba muy fácil la cosa. Por eso mismo desistió.
El duelo de las cosas perdidas lo elaboramos rápidamente, después de todo, algo había que perder… Sin embargo nos resultaba necesaria una mesa más para poder estudiar, puesto que la de mi abuela era chica y a Ema, además, le gustaba estudiar sólo en su pieza. Eso se solucionó rápido porque mi novia tenia una en su casa a la que no le daba uso, entonces nos la ofreció de buena gana. Sólo restaba traerla.
La mesa era pequeña, de manera que pedir un flete sólo por eso nos parecía demasiado, pero a su vez, tampoco teníamos conocidos como para poder pedir algún móvil en que traerla. De manera que la suerte estaba echada, había que agenciárselas para traerla. Entonces me pareció que había una manera y decidí ponerla a prueba…
La cosa era bien sencilla. La mesa media aproximadamente un metro veinte de largo por noventa centímetros de ancho. No más que eso, pero tampoco mucho menos. Me fui hasta lo de Meli en una bicicleta tipo playera de color celeste. Al llegar al lugar, que desde ya le advierto que era en calle 61, entre 5 y 6 y nuestro departamento quedaba en 7, entre 37 y 38. Es decir que había unas 26 cuadras aproximadamente. Una vez que tuve la mesa en la vereda comencé a pensar como haría para llevarla tantas cuadras en la bicicleta. Era domingo y no andaba un cristiano por la calle, eso me daba la tranquilidad de que el papelón no sería muy visto. La acomodé de mil maneras distintas, la apoyaba patas para arriba sobre el asiento y el manubrio, de manera de poder llevar la bici caminando, pero la ausencia de manubrio (tapado por la mesa) me dificultaba el rumbo recto, se me iba a los lados… voltearle patas abajo era muy parecido, ambas cosas desaparecían bajo la tapa. Por allí se me prendió la famosa lamparita, que parecía tener rotos los filamentos, y me dí cuenta de que la podía cargar conmigo y llevarla en andas al tiempo que manejaba. Usted, ya interesado, se preguntará cómo es eso. Sencillo. La mesa iría encima mío como formando un caparazón, es decir, monte la mesa sobre mi espalda de manera que las cuatro patas quedaran salidas hacia adelante. Represéntese que se mete debajo de una mesa y luego se intenta parar sin salir de allí abajo, la mesa quedaría a “cocochito” suyo. Bueno, de esa manera la acomodé encima de mí. De todo esto era testigo Meli que observaba con ojos desorbitados como su novio tendría un destino trágico. Me senté en la bici, con la mesa por caparazón y aferré una mano en cada pata de las que salían por encima de mis hombros, ya que las otras estaban a la altura de las caderas, si es que el lector inteligente logró armar la figura. Y comencé mansamente a pedalear, “sin manos”, por esto que acabo de explicar, hasta que gané confianza a las pocas cuadras. El camino era recto, es decir que no sería preciso doblar, el freno a contrapedal de las bicicletas “playeras”, me permitía disponer de la velocidad sin quitar mis manos de la mesa. Y, bien podrá imaginar que los pocos autos que me veían venir, me cedían el paso, por caridad… De manera que llegué sano y salvo con el caparazón azul encima. Así que… quién me quita lo mudado….